Sin un timbre o sonsonete, sin excusas ni motivos que permitan su venida, sin la venia recalcitrante o el abrasador suspiro que inunda por un segundo la garganta, sin atar o desatar el nudo que se aferra a la garganta, careciendo del amargo regocijo o dulcísima angustia mustia de su presencia.
Junto con esa curiosa incertidumbre que agriamente corrige o desmiente la claridad que de pronto llega, como si afanosamente quisiera interrumpir algo, algo así como un no sé qué, un estruendo sin embargo inaudible que solamente es perceptible por el espíritu, una llegada o un desplome terrible de una música, un manto, una palabra, un suspiro o un llanto.