Justamente así, no podía ser de otra manera. Él en el metro cuadrado preciso donde un destino ciertamente incierto lo tenía sentado sobre un césped húmedo y fresco que contraponía el ambiente cálido que se hacía sentir en aquel día azul de primavera.
Su mirada vagaba perdidamente entre nubes, sueños, cuadernos, crepúsculos rojos y esperanzas. Tratando de resolver problemas, adivinar las nubes, filosofar sobre el firmamento; ocupando hasta el más ínfimo detalle que por momentos le robaba el sueño. Todo en su cabeza tenía vaivén de infinito.
El sol abrasador en el cenit. Su cuerpo absorbiendo alguna energía extraña proveniente de algún quién sabe donde, pero que sin lugar a dudas esa bola de fuego llamada 'Sol', no era el culpable. Aligera sin esfuerzos sus ropas, como queriendo atenuar ese candor y ese rubor que lo atildaba rojizo.
Un suspiro se asomó por entre sus labios, evocando el recuerdo de una amada indescifrable, perfectamente desconocida, perdidamente perdida en el azul más lejano que existiera en el horizonte de su inconsciente.
Los músculos de su vientre, precisamente en su epigastrio, se tensaban y se volvían a relajar en un juego desagradable y nauseabundo, que ni la respiración más profunda que él intentara respirar, era capaz de alejarle ese nerviosismo tormentoso.
Su prestancia, al parecer implacable, se iba deteriorando segundo a segundo, mientras aquella situación vergonzosamente incómoda, se encargaba de mantener vibrante la silenciosa mirada que sigilosamente recorría todo su alrededor en un radio de nueve o diez metros, buscando, sin resultados, lo que hasta el momento él desconocía.
Cuando por fin su mirada se detuvo, se topó de sorpresa con dos ojos maravillosamente bellos, que lo miraban fijamente, pero con dulzura.
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